En la primavera de 1982, el General Dalla Chiesa podría haberse retirado. Su implacable persecución contra el terrorismo lo había convertido en el hombre más popular de Italia. Pero una nueva guerra había empezado en Palermo: un nuevo enfrentamiento entre los clanes mafiosos había producido una ola de asesinatos tanto de miembros de las distintas familias como de jueces, magistrados y oficiales de policía.