Las noticias anuncian el suicidio de Antonio Castellar, un importante empresario arruinado por la crisis, en el despacho de su casa de la sierra madrileña. Parece ser que el cierre del acta del atestado se está prorrogando más de lo habitual por las dudas que expresa al respecto de la investigación el sargento al mando del cuartel del pueblo. Se da además la circunstancia de que el muerto era amigo personal de un ministro. Por esto, y para evitar que la noticia tenga una trascendencia mediática mayor, el coronel Garrido manda al capitán Sierra de la Unidad Central Operativa al lugar del atestado para acabar con las diligencias pertinentes lo antes posible. En el escenario del crimen, nada parece contradecir la teoría del suicidio: es más, hay una carta escrita del puño y letra del muerto declarando sus intenciones al juez. Pero el sargento local, Gutiérrez, un forofo de la caza y de Nino Bravo, jugaba al dominó con el finado y piensa que puede tratarse de un homicidio. A pesar de las presiones de los superiores para cerrar el caso, Sierra decide investigar un poco más.